
Por la tarde mientras mi madre y mi padre trataban de subsistir en pleno gobierno militar, mi abuela me daba lecciones de Francés enseñándome los poemas de Ana, su madre.
Al llegar el crepúsculo mi padre, el mejor vendedor que haya conocido en mi vida, llegaba sudoroso después de su jornada de trabajo, se sentaba en el sillón y con su mente perdida en un futuro imaginario, prendía su cigarrillo.
Después de años cuando llegó a ser quien quería ser, supe lo que imaginaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario